De Nuevo

Verlo ahí sentado era quizás lo más extraño que le había pasado en ese día. Ya eran las tres de la tarde y todavía no llegaba Johanna. La había esperado por más de tres horas y media. Estaba harto porque no aparecía, y para colmo de males tenía que cuidar al viejo ése. Se dio el permiso de llamarlo así porque ella lo llamaba así: "el viejo ése". Aunque la verdad es que de viejo no tenía mucho. Lo que sucedía era que los años y las noches entre amigos no le habían sentado muy bien.
El anciano parecía muerto. Por un momento, Ricardo pensó que era así, que había pasado a mejor vida –cualquier otra vida que pudiera tener ese señor era definitivamente mejor que la que ya tenía-; aunque al instante se dio cuenta que el viejo estaba borracho -para variar-. Estaba en un cuarto por casi cuatro horas con un borracho y Johanna no aparecía. ¿Qué le habría pasado? Ella salía a las dos de la tarde de trabajar y ya eran casi las seis y no aparecía.
Ya se hacía tarde y la reunión de despedida de Diana, la mejor amiga de Johanna, se acabaría pronto. Ya era mucho tiempo, algo tenía que haberle pasado; tenía que salir a buscarla pero el viejo ese y su borrachera no lo dejaban tranquilo. Ricardo comenzó a quedarse dormido pero los ronquidos del anciano lo levantaron. Tenía que salir, era la única forma para saber dónde estaba Johanna, pero no podia dejar solo al borracho sino ella se molestaría y le reclamaría cómo es que dejaba solo a su papá.
Trató de inventarse mil excusas para dejarlo y salir a buscarla sin que luego Johanna se molestara. Pensó en meterlo a la ducha con agua muy fría y hacer que se levante, pero enseguida se dio cuenta que iba a costarle mucho llevarlo hasta el baño. Le sirvió café haber si con eso se despertaba pero tampoco le resultó. Ya se había comenzado a desesperar. La situación de Johanna le preocupaba mucho más que el viejo de mierda ése. Aunque tenía miedo de dejarlo borracho porque no quería que ella le pidiera el divorcio como la vez anterior que había dejado a su papá solo y borracho. Entonces se le ocurrió una excelente solución: matarlo. Eso era. Iba a matarlo e iba a salir como si no supiese nada, regresaría con Johanna sana y salva a la casa y fingiría toda su vida que nunca supo lo que pasó y que seguramente lo mataron por algún ajuste de cuentas. Todo estaba arreglado, así sería. Tomó el candelabro del aparador de la sala en la que estaban y, fuertemente, lo golpeó siete veces en la cabeza del viejo hasta dejarle un hueco en el frontal. Ya estaba muerto. De la desesperación de ver la sangre en el suelo, Ricardo, comenzó a llorar, no podía creer lo que había hecho. Tenía que desaparecer el cuerpo, no lo había pensado de esa forma. Aunque ahora estaba feliz porque podía buscar a Johanna y traerla sana y salva. Levantó sobre sus ombros al cuerpo muerto del viejo. En ese momento, escuchó que la puerta principal de la casa se abría, era Johanna que decía: ¡¿Amor?, ¿estás aquí?... Pensé que irías a la despedida de Diana y nos encontraríamos ahí, ¿No quedamos así?! Todo se quedó en silencio. Ricardo solo lloraba con un cuerpo en brazos, mientras sentía que Johanna se acercaba a la sala. Había vuelto a matar al padre de Johanna.


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